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Se quedaron dormidos los guerreros y los caballos se fueron, mientras el niño que nacía se cortaba su cordón umbilical y se conectaba a la máquina.
Cuando los guerreros despertaron, el camino era de piedra negra, los caballos de hojalata, las doncellas bufones del villano de mil caras y los hombres títeres de las palabras de un libro enorme. Por todas partes se oía el ronroneo de las promesas, porque todo estaba prohibido.
La muerte se olvidó de los tullidos y los enfermos, los viejos vestidos de carnaval devoraban a los jóvenes que pedían limosna, y los niños azotaban con una lengua larga y dura a los mayores, exigiéndoles más carga de piedras.
El villano no era humano porque no sangraba, escondido en formas geométricas. Tenía mil caras y mil voces. Era hombre y mujer. Los humanos oían y miraban al villano que nunca se cansaba de prometer y prohibir. El villano había prosperado sin freno en el descuido de los guerreros.
Éstos, tiraron sus espadas oxidadas y vistieron las ropas de los humanos, mezclándose entre ellos.
Muertos los guerreros, se acabó la lánguida muerte de la paz por la tortura. A partir de ahora, los ríos de dinero se secarán y el mar morirá. Después llegarán unos hombres en piragua y le prenderán fuego. Tras ellos empieza otro mundo nacido de las cenizas. Todo de nuevo estará en su sitio tras el tiempo de la máquina.
Balbino