jueves, 30 de abril de 2009

Juan

Juan





El niño fue creciendo. Lo bautizaron, porque nació en ese lugar donde predominaba el culto, a los tres meses. Lo llamaron Juan. Nació en la calle, el pueblo, la capital, la nación, el planeta donde los nativos nombraron Tierra. A Juan se le enseñó la convivencia de acuerdo con las ideas del tiempo en que vivía. Juan se hizo mayor, se casó y tuvo hijos. Seguía la normalidad establecida para la subsistencia. Hasta que un día a Juan se le ocurrió pensar, y cuando pensó nació la pregunta. ¿Cuál es el sentido?

Se dio cuenta de que lo que él era le había llegado por la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto. Él sentía el cuerpo, luego él era otra cosa que del cuerpo, porque si el cuerpo y él fueran del mismo material no podría sentirlo. Él era, pues, algo diferente, porque en él se grababan los choques que el cuerpo tenía con el exterior. Incluso él sentía la descomposición del cuerpo como propio pero diferente.

Supo por la lógica de su pensamiento humano que Juan, hijo de Fulano y Fulana, de tal edad, casado con Mengana y con los hijos Tal, Tal y Tal, era un hombre que creía ser pero que en realidad le había venido de fuera. Era un hombre del planeta tierra. Todo lo recopiló, todas las experiencias habían hecho este hombre. Así supo que estaba programado, que, como un ordenador virgen, el mundo le entró programándole un hombre que se llamaba Juan. Pero él, él realmente no era ese hombre. Él era, antes de todo, el ordenador, la Virginidad, la Virginidad cuyo único deseo fue entrar en aquel cuerpecito de bebé humano.

Sin embargo lo que ocurrió realmente es que el hombre Juan, en su desesperación por la búsqueda de Dios, Juan, el artificial con su montón de dudas y confusiones, con su ansia de paz, encontró a Dios.

La virginidad se hace hombre, y cuando lo consigue, se añora, teniendo sin remedio que prescindir del hombre, porque el hombre oculta, tapa con su ser, con la creencia de su ser, a la Virginidad.

Realmente, Juan, su ser, es Nada, algo incomprensible para el pensamiento humano, la cara de la moneda que da a esta parte. La otra, la invisible, es inimaginable. Las dos caras hacen posible en Ser de la moneda. El hombre Juan ya no puede dejar de serlo, pues está impreso en la moneda.


Balbino

Caseta del Cerro de la Grana


Caseta del Cerro de la Grana, Fuentealbilla
donde Balbino Carrión pasaba sus días en el majuelo
y pensó muchos de sus textos


(Fotografía de Juan Carrión)

lunes, 27 de abril de 2009

Tiempo de guardar silencio

Tiempo de guardar silencio


Presiento el tiempo en que habré de guardar silencio a palabras escritas de mi mano ante la duda de dañar con error al sabio oculto en el espacio eterno que ocupo. Un Dios, un rey, una imposición de reglas de conducta... Pero nada hace tanto daño como una violación.

El agua, en su origen, es pura. Pero tras el recorrido por la tierra adquiere elementos. Y ya no es igual el agua de un pozo que el de otro. Aun siendo la misma agua en origen, se le han añadido componentes ajenos a ella. El agua, pues, también nace, crece y muere.

Como todo, el agua no es buena ni mala en sí misma. Su recorrido, sus experiencias, hacen de ella un agua tóxica, un virus, un ente inútil, o un agua fina y transparente como la que sale por el grifo de un bar. Pero no se puede odiar a una y alabar a la otra. Ella no es culpable ni inocente, porque en realidad el agua es incorruptible. Si el agua fuese humana, perdería la conciencia de ser agua y entonces, aun no siéndolo, se convertiría en agua sucia. Luego vendría el desastre, porque el agua, creyéndose sucia, difícilmente podría evitar su perdición.

Balbino

Escultura de Balbino Carrión (Fuentealbilla)