viernes, 30 de enero de 2009
de un Fin del Mundo
— Idiotas —dijo comentando la noticia del periódico—. Otra secta que ha puesto fecha al fin del mundo y se ha suicidado.
El soldado, en ese día de guerra, dijo muerto de miedo:
— Cualquier día es bueno para morir.
Ese mismo día dijo Jesús:
— Moriré de tal y cual forma.
Bajó el periódico y aún dijo:
— ¡Estúpidos! ¡El mundo sigue!
Y le dio un infarto.
Una nave salía del planeta, y ya lejos vio cómo éste explosionaba.
Alguien dijo:
— ¿A que va a ser este el fin del mundo y esto es el arca de Noé?
El perro y el gato se miraron y recordaron que el presidente tenía hecha la basectomía, y ellos no eran en absoluto buenos receptores de la inseminación humana.
El fin del mundo era cuestión de rezar. Sólo quedaba uno, y ya era viejo. Pero no se fiaban. La figura humana con el pegamento en la mano les daba escalofríos... (no sé si continuara...)
domingo, 25 de enero de 2009
cuando me falten
Van a ser tus manos
las que quiera
cuando me falten.
Van a ser tus piernas
las que quiera
cuando me falten.
Van a ser tus ojos
los que quiera
cuando me falten.
Y van a ser tus besos
los que quiera
cuando me falten...
Balbino
las que quiera
cuando me falten.
Van a ser tus piernas
las que quiera
cuando me falten.
Van a ser tus ojos
los que quiera
cuando me falten.
Y van a ser tus besos
los que quiera
cuando me falten...
Balbino
del Amor (2)
Habría traído
una florecilla, un nido.
Habría traído
un poema que me contó el almendro.
Habría traído
los colores del día que el sol se llevó.
Habría traído
una lagartija
Habría traído
una piedra verde,
el saludo del cuervo,
la alegría de la alondra.
Pero no había nadie en la casa.
Balbino
una florecilla, un nido.
Habría traído
un poema que me contó el almendro.
Habría traído
los colores del día que el sol se llevó.
Habría traído
una lagartija
Habría traído
una piedra verde,
el saludo del cuervo,
la alegría de la alondra.
Pero no había nadie en la casa.
Balbino
de la Existencia
Solo.
Lento.
Como tocando
hacia ningún espacio.
Atento
como el cazador.
Tranquilo,
sereno
como el abrir de una flor.
Lejos
de noche
a oscuras
esperando
esperando
esperando
casi
sin respirar
mirando abiertamente
buscando todo,
lejos
mirando
sin observar
cuándo llegará.
Otro día
otro día
otro día
otro día
copiarás toda tu vida
otro día
otro día.
Un niño malo
hace muchos días malos.
Un día bueno
es un buen día.
Luego
otro día
otro día
otro día
con sus buenas noches.
Yo, que he sido capaz
y he reescrito la peste humana
desde mi arrogante sabiduría.
Yo, que he puesto en papel escritura
de las miserias que veo.
Ha chocado en mí
la pobreza de espíritu.
Ese ladrón
aquel mentiroso
este cerdo verdugo
un ser vacío,
conejillos de indias
hombres programados.
He escrito huyendo de mí,
escupiendo por la punta del bolígrafo,
estampándome en el papel.
Pobre imbécil.
Círculo de loca razón.
Cebo de la propia trampa.
No soy mejor que nadie,
y nadie es mejor que yo
porque no
quiero existir.
Nada más.
Algún día habré muerto.
Mientras tanto,
espérame.
Balbino
Lento.
Como tocando
hacia ningún espacio.
Atento
como el cazador.
Tranquilo,
sereno
como el abrir de una flor.
Lejos
de noche
a oscuras
esperando
esperando
esperando
casi
sin respirar
mirando abiertamente
buscando todo,
lejos
mirando
sin observar
cuándo llegará.
Otro día
otro día
otro día
otro día
copiarás toda tu vida
otro día
otro día.
Un niño malo
hace muchos días malos.
Un día bueno
es un buen día.
Luego
otro día
otro día
otro día
con sus buenas noches.
Yo, que he sido capaz
y he reescrito la peste humana
desde mi arrogante sabiduría.
Yo, que he puesto en papel escritura
de las miserias que veo.
Ha chocado en mí
la pobreza de espíritu.
Ese ladrón
aquel mentiroso
este cerdo verdugo
un ser vacío,
conejillos de indias
hombres programados.
He escrito huyendo de mí,
escupiendo por la punta del bolígrafo,
estampándome en el papel.
Pobre imbécil.
Círculo de loca razón.
Cebo de la propia trampa.
No soy mejor que nadie,
y nadie es mejor que yo
porque no
quiero existir.
Nada más.
Algún día habré muerto.
Mientras tanto,
espérame.
Balbino
Petición de Eutanasia a la posible divinidad propia
PETICIÓN DE EUTANASIA A LA POSIBLE DIVINIDAD PROPIA
No usaré mi voluntad para agredirme. No sé las consecuencias de un acto guiado por la inaccesibilidad del conocimiento total. Sólo reconozco la absurda estupidez de vivir, y es un agobio cotidiano.
Cometemos errores, los pagamos y aprendemos. Es así la sublime escuela de la Vida. Nunca faltan errores por cometer. El actuar es una combinación de errores del cosmos. No acarrea más consecuencia que el error.
Lo gracioso es que el grandísimo hijo de la gran puta del cosmos se agencia el derecho de ser el receptor de las gracias o gratitudes ante el ejemplar curso de convivencia con la unidad. ¿Qué se hizo de aquello del ojo por ojo y diente por capullo? ¿No será que el cosmos está buscando su perdición? Esta dimensión crea estas formas de pensar. ¡Qué miseria, Dios tuyo!
Santos, vírgenes, ángeles, Cristo y su padre, ideales patrióticos, moral políticamente correcta, consejos de padre, de madre, de abuelos, de hermanos, de amigos. Y la tierra, el trabajo, el campo, mis manos, mis resultados.
Al final, mi querida soledad, libertad. No hay nada. No tengo nada.
La entidad, mi nombre, mi edad, mi calle, mi casa, mi cuerpo. Lo que creo más mío es mentira, la primera y gran mentira. Mi cuerpo, que me hace saber, no es mío, sé por él que nada es mío. Por él siento el viento, la lluvia, el frío, el calor, el beso. Todo lo memorizo, lo grabo. Pero no es mío; lo que creo poseer es mentira. No poseo nada. El viento es del viento. La lluvia es de la lluvia. El beso es del beso. Lo siento. Sé que están, y el cuerpo me dice cómo es para mí. Los filtros, la química, los sensores vibrando en el cerebro.
He aprendido a conducir mi cuerpo devolviendo estímulos, haciéndome creer que estoy en alguna parte. He intentado en mi pobre posibilidad guiar el cuerpo hacia la recolección de estímulos agradables para sentirme vivo, recibiendo señales ajenas que me han dicho que Estoy. Y he creído Ser en ese lugar ajeno, me he creído Ser en el cuerpo, he creído poseer más allá aún. Y en mi sueño he creído que eran míos los padres, los hijos, los hermanos, la mujer. Y he usado la violencia para conservar lo que he creído mío. Me he dado por entero a lo que he creído, y he creado un ser que se desmorona, y siento cada desgarro de mí.
He cogido todo lo agradable, he luchado por los espejismos, he soportado el dolor y la humillación de rebajar mi ser por mí mismo creado sólo por conseguir una visión, un deseo, una apariencia. He luchado por los deseos ajenos para no perder a esa gente amada, querida, tenida como propia.
Me duele el cuerpo, todas sus roturas, sus inconvenientes, su lucha para mantenerse, sus vicios, sus necesidades adquiridas como propias, y es así que no tengo acceso a él, porque mis prioridades son otras y no lo respeto, usándolo como un esclavo para conseguir más posesiones. Y cuando, cansado y frustrado, recurro a la memoria de un hecho agradable, creo un “a parte”, un oasis particular, un refugio que me llama ante cualquier adversidad. Ese es mi acto de rebeldía, pudiendo incluso hacerlo perenne y caer en el vicio de recurrencia en un acto que, contrariamente a lo que pienso, me esclaviza y me debilita contagiando al cuerpo en un estado tangible de debilidad llamado al desastre.
He buscado las razones del bien y del mal, y mi petición se hizo continua. He usado las herramientas que el mundo humano ha dispuesto para comunicarse rechazando cualquier dogma que me limitara. A solas, con la callada tierra, he sido testigo de un contraste que me decía de la falsedad de mis raíces, de mis creencias asimiladas por imposición engañosa, y he admirado la armonía tan sabia de la naturaleza dirigida al bien común, al hecho duradero.
Ha sido en el campo donde he experimentado el llanto de felicidad, el sentimiento que posiblemente más se ha acercado a mi esencia. Han sido las experiencias como aquella las que me han dicho que ése era el camino. Es así que ando en un mar de angustias, entre dos caminos: uno que desprecio y no sé dejar, y otro que deseo pero que el estado actual me prohíbe.
Vivo engañado. Quiero dejar, despreciar, cambiar por otra forma y seguir, acaso ahora sin nada, alimentando en cuerpo con lo que el campo me dé. Y seguir mi angustia, pues ya no me quedaría nada a lo que amarrarme, en lo que creer. Ya no hay nada ajeno, yo ya no soy yo.
No hay Dios. No como creía.
Balbino
No usaré mi voluntad para agredirme. No sé las consecuencias de un acto guiado por la inaccesibilidad del conocimiento total. Sólo reconozco la absurda estupidez de vivir, y es un agobio cotidiano.
Cometemos errores, los pagamos y aprendemos. Es así la sublime escuela de la Vida. Nunca faltan errores por cometer. El actuar es una combinación de errores del cosmos. No acarrea más consecuencia que el error.
Lo gracioso es que el grandísimo hijo de la gran puta del cosmos se agencia el derecho de ser el receptor de las gracias o gratitudes ante el ejemplar curso de convivencia con la unidad. ¿Qué se hizo de aquello del ojo por ojo y diente por capullo? ¿No será que el cosmos está buscando su perdición? Esta dimensión crea estas formas de pensar. ¡Qué miseria, Dios tuyo!
Santos, vírgenes, ángeles, Cristo y su padre, ideales patrióticos, moral políticamente correcta, consejos de padre, de madre, de abuelos, de hermanos, de amigos. Y la tierra, el trabajo, el campo, mis manos, mis resultados.
Al final, mi querida soledad, libertad. No hay nada. No tengo nada.
La entidad, mi nombre, mi edad, mi calle, mi casa, mi cuerpo. Lo que creo más mío es mentira, la primera y gran mentira. Mi cuerpo, que me hace saber, no es mío, sé por él que nada es mío. Por él siento el viento, la lluvia, el frío, el calor, el beso. Todo lo memorizo, lo grabo. Pero no es mío; lo que creo poseer es mentira. No poseo nada. El viento es del viento. La lluvia es de la lluvia. El beso es del beso. Lo siento. Sé que están, y el cuerpo me dice cómo es para mí. Los filtros, la química, los sensores vibrando en el cerebro.
He aprendido a conducir mi cuerpo devolviendo estímulos, haciéndome creer que estoy en alguna parte. He intentado en mi pobre posibilidad guiar el cuerpo hacia la recolección de estímulos agradables para sentirme vivo, recibiendo señales ajenas que me han dicho que Estoy. Y he creído Ser en ese lugar ajeno, me he creído Ser en el cuerpo, he creído poseer más allá aún. Y en mi sueño he creído que eran míos los padres, los hijos, los hermanos, la mujer. Y he usado la violencia para conservar lo que he creído mío. Me he dado por entero a lo que he creído, y he creado un ser que se desmorona, y siento cada desgarro de mí.
He cogido todo lo agradable, he luchado por los espejismos, he soportado el dolor y la humillación de rebajar mi ser por mí mismo creado sólo por conseguir una visión, un deseo, una apariencia. He luchado por los deseos ajenos para no perder a esa gente amada, querida, tenida como propia.
Me duele el cuerpo, todas sus roturas, sus inconvenientes, su lucha para mantenerse, sus vicios, sus necesidades adquiridas como propias, y es así que no tengo acceso a él, porque mis prioridades son otras y no lo respeto, usándolo como un esclavo para conseguir más posesiones. Y cuando, cansado y frustrado, recurro a la memoria de un hecho agradable, creo un “a parte”, un oasis particular, un refugio que me llama ante cualquier adversidad. Ese es mi acto de rebeldía, pudiendo incluso hacerlo perenne y caer en el vicio de recurrencia en un acto que, contrariamente a lo que pienso, me esclaviza y me debilita contagiando al cuerpo en un estado tangible de debilidad llamado al desastre.
He buscado las razones del bien y del mal, y mi petición se hizo continua. He usado las herramientas que el mundo humano ha dispuesto para comunicarse rechazando cualquier dogma que me limitara. A solas, con la callada tierra, he sido testigo de un contraste que me decía de la falsedad de mis raíces, de mis creencias asimiladas por imposición engañosa, y he admirado la armonía tan sabia de la naturaleza dirigida al bien común, al hecho duradero.
Ha sido en el campo donde he experimentado el llanto de felicidad, el sentimiento que posiblemente más se ha acercado a mi esencia. Han sido las experiencias como aquella las que me han dicho que ése era el camino. Es así que ando en un mar de angustias, entre dos caminos: uno que desprecio y no sé dejar, y otro que deseo pero que el estado actual me prohíbe.
Vivo engañado. Quiero dejar, despreciar, cambiar por otra forma y seguir, acaso ahora sin nada, alimentando en cuerpo con lo que el campo me dé. Y seguir mi angustia, pues ya no me quedaría nada a lo que amarrarme, en lo que creer. Ya no hay nada ajeno, yo ya no soy yo.
No hay Dios. No como creía.
Balbino
viernes, 23 de enero de 2009
del Amor
- ¿Por qué nadie lo quiere?
- Porque es un borracho.
- ¿Y por qué es un borracho?
- Posiblemente... porque nadie lo quiere.
Balbino
- Porque es un borracho.
- ¿Y por qué es un borracho?
- Posiblemente... porque nadie lo quiere.
Balbino
La Anécdota de la Patata
La Anécdota de la Patata.
Con aquel vino perfumado que siempre me alargaba la cata, llenándome el tapón de chapa de la botella, el capitán de los comandos alemanes siempre terminaba bailando una especie de danza rusa con los pocos pelos que cubrían su enorme calva desordenados por el ímpetu de los saltos.
Éramos un equipo en la corta cadena de trabajo. Él y yo nos ocupábamos. Él llenaba los moldes de goma con una aleación de zinc y estaño líquido por la temperatura de la caldera. Después me entregaba el molde lleno de figuritas y yo los abría y separaba del tronco ramificado, clasificándolas en cajones.
Dos niños emigrados, él cuarenta años antes que yo, los dos con catorce años, él desde Rumania, yo desde España. Le pasó por encima la segunda guerra grande, incorporándolo a su crueldad, y llegó a capitán.
Aquel hombre corpulento era mi amigo, y así, con esta hermosa palabra, nos dirigíamos el uno al otro.
La danza de mi amigo capitán se acababa con la botella en las horas extraordinarias del sábado por la mañana, y siempre perdía la lucha, porque el recuerdo era más fuerte que el vino. Había matado, y lloraba por su imposible perdón. Fue especialista en bombas, en minas, en artefactos explosivos. Pero él siempre recordaba la misma escena que reproducía entre tremendos sollozos golpeando con rabia la mesa de trabajo con su enorme puño.
Él tendría cerca de los sesenta años, yo los dieciséis. Me protegía como si fuese su hijo, y yo me encariñé con él. Nos apañábamos para entendernos, incluso teníamos conversaciones entremezclando la mímica con palabras alemanas, españolas y rumanas.
Lo invité a conocer a mis padres y él accedió gustoso. Comimos, pero en la sobremesa los fantasmas le exigieron de nuevo el recuerdo: no debía estar contento. Era de aquellas razas a extinguir por el loco del pasado, y de nuevo no aguantó su aflicción, y entre llantos y sollozos explicaba cómo los niños inocentes cogían los bolígrafos o juguetes explosivos que sus hombres tiraban ex–profeso al medio de la calle, en aparente pérdida.
Me invitó a pasar un fin de semana con su familia y conocer a sus hijos y mujer. Tenía dos pequeñas gemelas rubitas preciosas adoptadas, un hijo varón de un anterior matrimonio, y otro del actual.
El domingo por la mañana fuimos él y yo al huerto donde tenía patatas. Él comenzó a descubrirlas mientras yo las cogía y las echaba al saco. Le pedí el relevo, pues su trabajo era más pesado y, bromeando, le advertí que yo lo haría mejor que él. Accedió y cambiamos la faena.
Buscando el perdón de los fantasmas, interpuso la cabeza entre la trayectoria de la azada y la mata buscando el accidente tras una patata medio enterrada.
No tuvo suerte.
Balbino
Con aquel vino perfumado que siempre me alargaba la cata, llenándome el tapón de chapa de la botella, el capitán de los comandos alemanes siempre terminaba bailando una especie de danza rusa con los pocos pelos que cubrían su enorme calva desordenados por el ímpetu de los saltos.
Éramos un equipo en la corta cadena de trabajo. Él y yo nos ocupábamos. Él llenaba los moldes de goma con una aleación de zinc y estaño líquido por la temperatura de la caldera. Después me entregaba el molde lleno de figuritas y yo los abría y separaba del tronco ramificado, clasificándolas en cajones.
Dos niños emigrados, él cuarenta años antes que yo, los dos con catorce años, él desde Rumania, yo desde España. Le pasó por encima la segunda guerra grande, incorporándolo a su crueldad, y llegó a capitán.
Aquel hombre corpulento era mi amigo, y así, con esta hermosa palabra, nos dirigíamos el uno al otro.
La danza de mi amigo capitán se acababa con la botella en las horas extraordinarias del sábado por la mañana, y siempre perdía la lucha, porque el recuerdo era más fuerte que el vino. Había matado, y lloraba por su imposible perdón. Fue especialista en bombas, en minas, en artefactos explosivos. Pero él siempre recordaba la misma escena que reproducía entre tremendos sollozos golpeando con rabia la mesa de trabajo con su enorme puño.
Él tendría cerca de los sesenta años, yo los dieciséis. Me protegía como si fuese su hijo, y yo me encariñé con él. Nos apañábamos para entendernos, incluso teníamos conversaciones entremezclando la mímica con palabras alemanas, españolas y rumanas.
Lo invité a conocer a mis padres y él accedió gustoso. Comimos, pero en la sobremesa los fantasmas le exigieron de nuevo el recuerdo: no debía estar contento. Era de aquellas razas a extinguir por el loco del pasado, y de nuevo no aguantó su aflicción, y entre llantos y sollozos explicaba cómo los niños inocentes cogían los bolígrafos o juguetes explosivos que sus hombres tiraban ex–profeso al medio de la calle, en aparente pérdida.
Me invitó a pasar un fin de semana con su familia y conocer a sus hijos y mujer. Tenía dos pequeñas gemelas rubitas preciosas adoptadas, un hijo varón de un anterior matrimonio, y otro del actual.
El domingo por la mañana fuimos él y yo al huerto donde tenía patatas. Él comenzó a descubrirlas mientras yo las cogía y las echaba al saco. Le pedí el relevo, pues su trabajo era más pesado y, bromeando, le advertí que yo lo haría mejor que él. Accedió y cambiamos la faena.
Buscando el perdón de los fantasmas, interpuso la cabeza entre la trayectoria de la azada y la mata buscando el accidente tras una patata medio enterrada.
No tuvo suerte.
Balbino
miércoles, 21 de enero de 2009
de Ser Gilipollas
- ¿Y cómo sabes que no eres gilipollas?
- Pues ahora no me junto.
- ¿Con quién?
- Con la gente.
- Ah…
- No me junto….
- Ah…
- Ese Ah tendría que ser AAAAAHAHHAAHAAHHHH!
- Pues a lo mejor eres gilipollas y no lo sabes.
- No, porque los oigo.
- ¿A quienes?
- A los gilipollas.
- ¿Cómo puedes oírlos si no te juntas?
- Porque los gilipollas han inventado la radio.
- Ah…
Balbino
- Pues ahora no me junto.
- ¿Con quién?
- Con la gente.
- Ah…
- No me junto….
- Ah…
- Ese Ah tendría que ser AAAAAHAHHAAHAAHHHH!
- Pues a lo mejor eres gilipollas y no lo sabes.
- No, porque los oigo.
- ¿A quienes?
- A los gilipollas.
- ¿Cómo puedes oírlos si no te juntas?
- Porque los gilipollas han inventado la radio.
- Ah…
Balbino
martes, 20 de enero de 2009
de mis Principios
Si ya no escribo para nadie, ¿quién compartirá conmigo el hallazgo de una vivencia? No, no escribo para mí, sino para mi gloria. Que sea bueno para que nadie lo lea.
Si ya no escribo para nadie, ¿ya tengo mi pequeña gloria? La opinión de alguien que lea hace ponerme en sus manos. No escribo para mí, por eso no quiero la gloria.
No me ganaré la vida con la vanidad o el desprecio. Es, sin embargo, necesario que escriba para alguien, para saber que yo también existo.
No discutiré con oídos sordos. Por eso no escribo ya para nadie. Tampoco para mí, ni para la ausencia de mi gloria.
Balbino
Si ya no escribo para nadie, ¿ya tengo mi pequeña gloria? La opinión de alguien que lea hace ponerme en sus manos. No escribo para mí, por eso no quiero la gloria.
No me ganaré la vida con la vanidad o el desprecio. Es, sin embargo, necesario que escriba para alguien, para saber que yo también existo.
No discutiré con oídos sordos. Por eso no escribo ya para nadie. Tampoco para mí, ni para la ausencia de mi gloria.
Balbino
lunes, 19 de enero de 2009
acenarconcristo.blogspot.com : de "el Imbécil"
BALBINOMANCHUELA.blogspot.com se muere.
A partir de ahora, esto será ACENARCONCRISTO.blogspot.com
de "el Imbécil"
El que va a la cárcel aprende a poner a su servicio al imbécil, no al revés, como los imbéciles, como los reprimidos, como los legales, como los gubernamentales hacemos. Los políticos y toda esa gama mueven a su imbécil propio de mil maravillas y se lo pasan en grande.
Hay incluso un libro hecho para imbéciles: Conciencia Castradora, hecho por idiotas.
Dios da libertad absoluta, pero la ignorancia no es eximente de culpa. No es perdonable todo. Por ejemplo, la manipulación para anular la libertad de los demás, o sea, la imbecilización colectiva provocada.
Di lo que te dé la gana, pero no impongas a la fuerza nada. Ese es el eterno problema, qué hacer con quien te obliga a la fuerza a ir en contra de tu voluntad. El acto reflejo es la rebeldía, la desobediencia. Acto seguido, a ese reflejo se le aplican los castigos. Repelente seguido es el odio y la venganza, ya con recelos y desconfianza para el futuro.
El represor es odiado como no puede imaginarse, y cuando llega el inevitable desenlace y el represor muere en el enfrentamiento, la criatura que forjó su autoridad con la fuerza se convierte en un monstruo lleno de mal y odio que no podrá aplacar ni con su propia vida.
Es sana por eso la rebeldía, temprana o no. Es un aviso del acto reflejo natural, es la defensa de la vida propia.
Aquel que ejerza cualquier forma de autoridad está rotundamente equivocado. Las cosas se hacen por simpatía, por aprecio, por empatía, por admiración, pero nunca por huevos. ¿Que se hace por narices? Pues bueno, el allanamiento de personalidad puede pagarse con el pellejo. Qué puta manía el querer meter a los demás en el mundo que uno ve con cualquier clase de fuerza.
La diversidad es infinita e indomable, es la lucha por la supervivencia. Has de llevar un hombre o una mujer, un niño o una niña, de este mundo a otro, y no puede ser una copia: has de hacerlo tú, como tú quieras. En realidad, todos estamos solos. Y quien se aburra es normal y sano. Hay que aburrirse con avaricia. De ahí se muere y se nace. Son transiciones desagradables porque nos cuesta cambiar. Nuestra esencia es permanente como su voluntad, y sufrimos al límite de morir físicamente, acusando más estos cambios porque se nos obliga a elevar el ritmo natural y nos encontramos con el agobio de los acontecimientos que nos sobrepasan aún queriendo apearse. Y sentimos que no valemos, que no servimos, que no podemos.
A cenar con Cristo!
Balbino
Suscribirse a:
Entradas (Atom)