Juan
El niño fue creciendo. Lo bautizaron, porque nació en ese lugar donde predominaba el culto, a los tres meses. Lo llamaron Juan. Nació en la calle, el pueblo, la capital, la nación, el planeta donde los nativos nombraron Tierra. A Juan se le enseñó la convivencia de acuerdo con las ideas del tiempo en que vivía. Juan se hizo mayor, se casó y tuvo hijos. Seguía la normalidad establecida para la subsistencia. Hasta que un día a Juan se le ocurrió pensar, y cuando pensó nació la pregunta. ¿Cuál es el sentido?
Se dio cuenta de que lo que él era le había llegado por la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto. Él sentía el cuerpo, luego él era otra cosa que del cuerpo, porque si el cuerpo y él fueran del mismo material no podría sentirlo. Él era, pues, algo diferente, porque en él se grababan los choques que el cuerpo tenía con el exterior. Incluso él sentía la descomposición del cuerpo como propio pero diferente.
Supo por la lógica de su pensamiento humano que Juan, hijo de Fulano y Fulana, de tal edad, casado con Mengana y con los hijos Tal, Tal y Tal, era un hombre que creía ser pero que en realidad le había venido de fuera. Era un hombre del planeta tierra. Todo lo recopiló, todas las experiencias habían hecho este hombre. Así supo que estaba programado, que, como un ordenador virgen, el mundo le entró programándole un hombre que se llamaba Juan. Pero él, él realmente no era ese hombre. Él era, antes de todo, el ordenador, la Virginidad, la Virginidad cuyo único deseo fue entrar en aquel cuerpecito de bebé humano.
Sin embargo lo que ocurrió realmente es que el hombre Juan, en su desesperación por la búsqueda de Dios, Juan, el artificial con su montón de dudas y confusiones, con su ansia de paz, encontró a Dios.
La virginidad se hace hombre, y cuando lo consigue, se añora, teniendo sin remedio que prescindir del hombre, porque el hombre oculta, tapa con su ser, con la creencia de su ser, a la Virginidad.
Realmente, Juan, su ser, es Nada, algo incomprensible para el pensamiento humano, la cara de la moneda que da a esta parte. La otra, la invisible, es inimaginable. Las dos caras hacen posible en Ser de la moneda. El hombre Juan ya no puede dejar de serlo, pues está impreso en la moneda.
Balbino
jueves, 30 de abril de 2009
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