lunes, 2 de febrero de 2009

de Dios

de Diós


Pudiendo escoger entre cualquiera (en la historia los hay) para el fin del poder, escogieron al hombre de la cruz. Hombres de luto, hombres con plumaje de cuervo, estudiantes de la mente, dueños de la palabra, negociantes de Dios. Son mensajeros de pobreza, y predican lo que no son. De lo pedigüeño han hecho profesión. ¡Que no falte el pan y el vino! Son cuerpo como nuestro cuerpo, son sangre como nuestra sangre...

— Soy uno solo —dijo—. Acompaño al universo en su triste soledad. Donde lo justo esté, habrá silencio cuando llegue. Me recibirá uno como yo, cogeré la muerte de sus manos, y, ya muerto, viviré siendo ya como el universo, acompañando al que Fue. Era tal como yo, tan orgulloso como humilde, tan sabio como inútil, tan rico como pobre, tan egoísta como invisible, tan indispensable como uno. No le daré la gloria. No se la regalaré. No valdría, no sería tal si no hubiera de ganársela. He ahí la libertad, preso entre millones de personas. Consentidos, añorados, se les dará todo, y todo será poco. Le dará la sensación de hacer un trabajo vacío, pero no debe prestar atención a tal sensación, ya que de ese modo encontrará amor, y dará más amor cuanto más vacío encuentre su trabajo. Es justo que, si no quiere robar, tenga que trabajar para los que nacen, teniendo mucho tacto para no entrar a ser cómplice, ya que todo el mundo se gastará la vida honradamente. Conocerá la grandeza del universo en una mente escueta, programada, y cuando haya perdido todo, se le otorgará esa gloria en la vejez, en la soledad de su mal humor, el vacío por meta. Y, sin embargo, sonríe porque nunca creyó que la vida era eso. Pensó que la vida estaba escondida entre los malos momentos, y supo encontrar la felicidad entre ellos. Deja que El Que Escribe piense que es un desgraciado para que también tenga su gloria, aunque crea que sea demasiado tarde...

Balbino

No hay comentarios:

Publicar un comentario