domingo, 25 de enero de 2009

Petición de Eutanasia a la posible divinidad propia

PETICIÓN DE EUTANASIA A LA POSIBLE DIVINIDAD PROPIA

No usaré mi voluntad para agredirme. No sé las consecuencias de un acto guiado por la inaccesibilidad del conocimiento total. Sólo reconozco la absurda estupidez de vivir, y es un agobio cotidiano.

Cometemos errores, los pagamos y aprendemos. Es así la sublime escuela de la Vida. Nunca faltan errores por cometer. El actuar es una combinación de errores del cosmos. No acarrea más consecuencia que el error.

Lo gracioso es que el grandísimo hijo de la gran puta del cosmos se agencia el derecho de ser el receptor de las gracias o gratitudes ante el ejemplar curso de convivencia con la unidad. ¿Qué se hizo de aquello del ojo por ojo y diente por capullo? ¿No será que el cosmos está buscando su perdición? Esta dimensión crea estas formas de pensar. ¡Qué miseria, Dios tuyo!

Santos, vírgenes, ángeles, Cristo y su padre, ideales patrióticos, moral políticamente correcta, consejos de padre, de madre, de abuelos, de hermanos, de amigos. Y la tierra, el trabajo, el campo, mis manos, mis resultados.

Al final, mi querida soledad, libertad. No hay nada. No tengo nada.

La entidad, mi nombre, mi edad, mi calle, mi casa, mi cuerpo. Lo que creo más mío es mentira, la primera y gran mentira. Mi cuerpo, que me hace saber, no es mío, sé por él que nada es mío. Por él siento el viento, la lluvia, el frío, el calor, el beso. Todo lo memorizo, lo grabo. Pero no es mío; lo que creo poseer es mentira. No poseo nada. El viento es del viento. La lluvia es de la lluvia. El beso es del beso. Lo siento. Sé que están, y el cuerpo me dice cómo es para mí. Los filtros, la química, los sensores vibrando en el cerebro.

He aprendido a conducir mi cuerpo devolviendo estímulos, haciéndome creer que estoy en alguna parte. He intentado en mi pobre posibilidad guiar el cuerpo hacia la recolección de estímulos agradables para sentirme vivo, recibiendo señales ajenas que me han dicho que Estoy. Y he creído Ser en ese lugar ajeno, me he creído Ser en el cuerpo, he creído poseer más allá aún. Y en mi sueño he creído que eran míos los padres, los hijos, los hermanos, la mujer. Y he usado la violencia para conservar lo que he creído mío. Me he dado por entero a lo que he creído, y he creado un ser que se desmorona, y siento cada desgarro de mí.

He cogido todo lo agradable, he luchado por los espejismos, he soportado el dolor y la humillación de rebajar mi ser por mí mismo creado sólo por conseguir una visión, un deseo, una apariencia. He luchado por los deseos ajenos para no perder a esa gente amada, querida, tenida como propia.
Me duele el cuerpo, todas sus roturas, sus inconvenientes, su lucha para mantenerse, sus vicios, sus necesidades adquiridas como propias, y es así que no tengo acceso a él, porque mis prioridades son otras y no lo respeto, usándolo como un esclavo para conseguir más posesiones. Y cuando, cansado y frustrado, recurro a la memoria de un hecho agradable, creo un “a parte”, un oasis particular, un refugio que me llama ante cualquier adversidad. Ese es mi acto de rebeldía, pudiendo incluso hacerlo perenne y caer en el vicio de recurrencia en un acto que, contrariamente a lo que pienso, me esclaviza y me debilita contagiando al cuerpo en un estado tangible de debilidad llamado al desastre.

He buscado las razones del bien y del mal, y mi petición se hizo continua. He usado las herramientas que el mundo humano ha dispuesto para comunicarse rechazando cualquier dogma que me limitara. A solas, con la callada tierra, he sido testigo de un contraste que me decía de la falsedad de mis raíces, de mis creencias asimiladas por imposición engañosa, y he admirado la armonía tan sabia de la naturaleza dirigida al bien común, al hecho duradero.
Ha sido en el campo donde he experimentado el llanto de felicidad, el sentimiento que posiblemente más se ha acercado a mi esencia. Han sido las experiencias como aquella las que me han dicho que ése era el camino. Es así que ando en un mar de angustias, entre dos caminos: uno que desprecio y no sé dejar, y otro que deseo pero que el estado actual me prohíbe.

Vivo engañado. Quiero dejar, despreciar, cambiar por otra forma y seguir, acaso ahora sin nada, alimentando en cuerpo con lo que el campo me dé. Y seguir mi angustia, pues ya no me quedaría nada a lo que amarrarme, en lo que creer. Ya no hay nada ajeno, yo ya no soy yo.

No hay Dios. No como creía.


Balbino

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